EL PALMERAL (publicado en Diario de Cádiz)

palmeral de M`hamid el Ghizlane, Marruecos
Excepto en Elche, en España no tenemos ni idea del aspecto que las palmeras tienen en la naturaleza, en sus hábitats naturales. Siendo un país que la mayoría de norteuropeos relaciona con este "árbol" (no hay acuerdo en botánica sobre si lo es o no), la realidad es que en la península ibérica no hubo nunca palmeras que no fuesen plantadas para adornar. De ahí que siempre tengan ese aire de top model anoréxica y despendolada que acaba de salir de la pelu después de haberle practicado el cardado del siglo.

En el sur de Marruecos, desde donde escribo estas líneas, las palmeras cubren valles enteros hasta donde la vista alcanza, marcan la fertilidad y la habitabilidad de las tierras desérticas por parte del ser humano y su visitabilidad por parte del humano turista. Suerte que soy un humano turista gaditano, los 25 grados del desierto en pleno invierno me tuestan pero no me abrasan. Las palmeras, como las personas, nunca están solas como las plantan en nuestras avenidas o en los jardines de casas de indianos en Asturias. Siempre nacen varias del mismo trozo de tierra a modo de cogollo. Algunas se destacan y otras van poco a poco formando una especie de sotobosque de las altas que son como más reinonas. A veces, también como las personas, nacen torcidas y tienen un aire torturado, esquivo, como si quisieran salirse del cogollo. Palmera negra que huye del redil palmeril. Pero nunca solas. Hasta la más estirada y fanfarrona, de esas que se sitúan en los límites del palmeral, tiene siempre abajo un buen matojo de palmas incipientes que la acompaña en su altanería.


Valle del Draa, Agdz, Marruecos
Yo me empeño en viajar solo. Ya he perdido la cuenta de cuántos viajes hice por mi libre albedrío. Hasta el punto de que la idea de viajar acompañado me turba. Y ante tal profusión de amor y compañía palmáceos no puedo evitar pensar si no me estaré poco a poco volviendo una palma mustia y solitaria como esas a las que decoloran en Elche para colgar en los balcones por Semana Santa. Espero que las risas de los niños con los que he acabado haciendo una carrera de bicis bajo el palmeral signifiquen justo lo contrario. Inshalá.


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