LA PEOR DICTADURA (parcialmente publicado en Diario de Cádiz)

"El azul y el amarillo se mezclan en el aire. El cielo es una bandera sueca”
(Pedro Casariego Córdoba)

Cuando llega el mal tiempo es cuando la costa catalana pone su mejor cara. Mientras en Austria o Dinamarca están tiritando y se hace de noche a la hora en que aquí nosotros empezamos a pensar a desperezarnos de la siesta para iniciar la actividad vespertina, en Sitges o en la Barceloneta la gente sale a pasear bajo el sol de la tarde de otoño, invierno o primera primavera de marzo o abril. Las tardes de verano en Barcelona son más bien húmedas, nubosas y pringosas de luz blanquecina con puestas de sol inexistentes entre neblinas y polución. Por contra, las de noviembre o febrero pueden ser intensamente azules y amarillas, claras y limpias. Cuando en Londres llueve durante días y en París hay que aguantar el frío además de a los parisinos, uno puede una tarde de domingo subir a un tren en la soberbia Estación de Francia y en media hora pasear descalzo, chapoteando con los pies en el mar aún templado de octubre, por la orilla de playa de Sitges. Cuando casi toda Europa se repliega en sus acogedoras y bien aisladas casas, los barceloneses podemos olvidar nuestras correderas de aluminio y los eructos del vecino a través de la pared de papel de fumar saliendo a disfrutar de la tibieza del sol de otoño en las calles. En esta tarde de otoño camino hacia el oeste para tenerlo de frente. Cara al sol con los tejanos remangados jugando con las espumita de cada ola, avanzando hacia la puesta de sol de este mediterráneo que me acompaña siendo yo atlántico.

Esta es la peor de las dictaduras, la del sol. La mayor tiranía, la más alienadora y la más capaz de anular toda voluntad humana. Basta con observar la gente que me cruzo durante el paseo, las escenas que me rodean, cotidianas para nosotros los del sur (abducidos para siempre por este régimen maldito del clima mediterráneo) y excepcionalmente placenteras para los extranjeros más norteños. Noviembre, cinco de la tarde, 22 grados, cielo azul y sol amarillo. Nada que ver con nada que se parezca a Suecia en este mismo momento. Lo siento por tantos catalanes que fantasean con ser un país nórdico. Y esto no es ningún lujo, como solemos decir, sino un estado de sitio personal de cada nacido al calor de esta latitud de Europa. Latitud sur. Murcia, 600km, Copenhague 2.500km. Pese a quien le pese, estoy es lo que hay. Un Estado Totalitario de nuestros sentidos y nuestra piel que se torna más hermosa por los rayos del sol y las chispitas de salitre. Dicen que el aire de la playa contiene yodo y que el yodo da bienestar. Cuando me detengo a admirar la escena de una pareja de escandinavos saliendo del mar, abrazándose y riendo a un volumen al que seguramente no osarían a reír en público en su país mientras secan el uno al otro con la toalla, me imagino que deben de ir de yodo hasta arriba. Seguro que hasta se permiten fantasear con dejarlo todo y venir aquí a vivir: siempre que no profundicen en el precio que hay que pagar por disfrutar del sol casi cada día, nuestro estilo de vida puede parecer simplemente el súmmum de la felicidad. Qué curioso que tanta gente aquí en Cataluña coquetee con la idea de hacer un país al estilo nórdico. No podríamos, nunca. Si aún no hemos conseguido superar la dictadura tras la muerte de Franco, ¿cómo vamos a superar nunca lo insuperable que es vivir bajo el sol y junto al mar?

Cataluña conoció dentro de España una dictadura larga y sangrante como todo lo que hace ese país de rasga y rompe. Otro regalito envenenado de Castilla para Cataluña. Yo apenas la viví tres meses, yo nací en agosto del 1975 y desde entonces la dictadura del hombrecillo desagradable no ha hecho más que desdibujarse convenientemente borrada por la goma de los pactos de la transición, la ley de amnistía y la no-recuperación de la memoria histórica en este país desmemoriado de sí mismo.

Pese al empeño del establishment catalán en recordárnosla cada dos por tres, no por memoria histórica sino por interés de lobby, la verdad es que lo más parecido al franquismo que encuentro en la Cataluña actual son precisamente ellos, un cierto tipo de señor de cincuenta para arriba que normalmente habita la zona alta de Barcelona, idealmente la calle Mandri y aledaños. Administran fincas y pasta y viven del cuento, hacen “gestiones”. Una especie de señoritos andaluces pero con minifundios en lugar de latifundios. Minifundios inmobiliarios infectos, pisos de l’Eixample partidos en tantos cubículos como ventanas tuviese el original. Bajantes repugnantes, habitaciones sin luz ni aire. Si el señorito andaluz explotaba a sus paisanos como jornaleros, esta raza de catalanes improductivos y especuladores, explota el bienestar, la dignidad y la cuenta corriente de sus paisanos inquilinos sin piedad. Al menos los braceros veían el sol mientras laboraban. Una pobre señora que vive de alquiler en la Calle Villarroel tendrá suerte su si cocina da a algún insalubre celobert para no apestar a fritanga cuando baje al Mercado de Sant Antoni. Las señoras de labios operados, pero siempre fruncidos pese al jugoso relleno, son otra raza bien barcelonesa, son las Carmencitas Polo de estos señores. Cambian cortinas del piso de las amigas o las de la casa de Caldetes. O se funden el dinero negro de sus señores, de compras por la Diagonal o inyectándose colágeno. O las dos cosas a la vez, que para eso son mujeres. Aunque descerebradas, saben hacer dos cosas a la vez. 

De alguna manera perversa se me antoja que ellos, que mueven los hilos de este país y que son descendientes directos de las oligarquías de la tecnocracia porciolista, son los que no cesan de proclamar lo antifranquistísima que era Cataluña a través de sus medios afines. Haciendo de su capa un sayo se tornan en pseudoindependentistas que nunca dejarán escapar de sus labios la palabra “independencia”. “Estructures d’Estat” gustan de decir, estructuras que mantengan sobre todo su “Estat” Quo en Cataluña para siempre, y el de sus vástagos, en forma de fondos de inversión en bolsa, cuentas en Suiza, micrófonos en restaurantes o desfalcos a cuenta del Palau de la Música. Como la Línea 9 del metro que se ha quedado en la estatcada por todos los fondos que desviaron. Pagan los ciudadanos corrientes, con las plazas de Lesseps y Sanllehy convertidas en estercoleros urbanos de la corrupción catalana, que también existe, como existió el franquismo en toda España y no sólo aquí, que a veces lo pareciera por la vehemencia con la que nos exponen a él en los medios oficiales aún cuarenta años después. ¿Será que algunos aquí también lo echan de menos? Estos mismos señores que ahora venden Barcelona al mejor postor inmobiliario para embolsarse más dinero (sin importar de dónde lo saca el ruso en chándal que adquiere la finca de Villarroel) pretenden hacer creer a sus habitantes que vivimos en una especie de Ciudad Jardín del Futuro, global e inteligente, pese a que estos días de anticiclón de invierno pone a prueba nuestros pulmones que aspiran uno de los aires más contaminados de Europa. Qué más da. Ellos están en Baqueira esquiando con el Rey. Vigila, Cataluña, que no te vendan a ti también por unas estructuras de Estado que te apuntalen aún más al megaestado madrileño. Eso sí, con la llave de la caja bien guardada en algún bolsillo de los abrigos testaférricos de visón de sus señoras, bien colocadas de botox antes de las fotos oficiales para la Maratón de TV3. La llave que les permita seguir asegurándose Cataluña para ellos, esa es el alma de la caja para estos señores.

Subiendo por la Costa hacia al norte llegamos a Port Bou. Si sigo mi paseo por la playa de Sitges hacia el sur hasta Alcanar, recorro toda la Costa Catalana. No me hará falta tener demasiada suerte para que todo el camino me acompañe el sol. Ni me hará falta ser muy listo para ver lo variado y cambiante que es el paisaje, la gente, los acentos, las ocupaciones, los gustos, la arquitectura, la comida. En medio, Barcelona, que seguramente es lo menos catalán que podré cruzarme por el camino pero que es sin remedio el corazón, la cara y la cruz de esta tierra apasionantemente compleja. Desde Port Bou hasta Alcanar hasta es posible que yo mismo experimente algún cambio como persona tras el aprendizaje que conlleva todo camino hecho con los ojos bien abiertos y los pies bien descalzos. Que no me vengan a decir luego estos señores, que tienen siempre un pie en la Cerdanya, otro en la Costa Brava y el tercero en Madrid, la Cataluña Independiente que yo tengo que querer o de qué manera voy a tener que ser catalán. Ni mucho menos que me quiten la ilusión para al final enmarañarnos a todos los que deseamos la independencia en unas estructuras de estado que nos hagan acabar el paseo de nuevo en Madrid, pasando por Valencia. Construyamos la nueva Cataluña entre todos los que amamos el azul y el amarillo, como una bandera sueca, pero de aquí.
Demos ejemplo al mundo. A Suecia la primera, que exporta multinacionales explotadoras y en las que se descubren trazas de caca en sus albóndigas. No imitemos nada, creemos algo nuevo, dando honestamente lo mejor de nosotros mismos para que de manera natural nos salga el primer país de Europa en el que es posible disfrutar del buen tiempo sin tener que pagar el precio tan alto de la dictadura de la corrupción y del trapicheo generalizados. Y entonces nos copiarán a los catalanes. Y yo estaré orgulloso de que me reconozcan catalán, junto a mi amigo el paqui del Raval que aprende catalán antes que castellano y el estudiante pihippy de La Garriga que vive en Gracia y que desde que se mudó a Barcelona,ahora casi sólo habla en castellano, ¿qué más da?.

El sol se pone sobre Sitges. Mañana, más. Más azul y más amarillo. Mañana, más cerca de una Cataluña que deslumbre al mundo.



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gracias por leerme.
Javier





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