LLORET DE LA FRONTERA (publicado en Diario de Cádiz)

Lloret de Mar

Duarante los siglos de parón de la llamada Reconquista (o invasión castellana de Al-Andalus) en las tierras que hoy conforman la provincia de Cádiz, numerosos pueblos que quedaban en tierras limítrofes cercanas al reino nazarí de Granada, adoptaron el apellido "de la Frontera". Con un 41,6% de paro en la provincia, hoy se podría interpretar esa frontera como pueblos que están situados en el límite entre vivir y sobrevivir. Conil de la Frontera comenzó a especializarse en el turismo nacional de la peor calidad en los años '90, cuando las autovías y el Talgo vía AVE acercaron la costa gaditana al interior. Cuando llegó el boom inmobiliario de hace diez años, Conil era ya todo un boom de pisos de alquiler, sin ningún tipo de control legal y de conileños que de la pesca y el campo habían pasado a hacer de huéspedes de grupos de vizcaínos o toledanos que pasaban una semana en el pueblo alimentándose de macarrones con tomate y cubatas. 

Conil de la Frontera

Cuando yo era chico, en Cádiz la leche fresca y las verduras venían de Conil. De adolescente y veinteañero, los de Cádiz íbamos a Conil a las carpas de la playa, a hacer botellón por el pueblo y desayunar los restos de los macarrones con tomate de la noche anterior. Entonces el Ayuntamiento comenzó a intentar frenar el desfase de borrachera estival y atraer el tan estimado "turismo familiar". Llevo diez años en Cataluña y desde mi primer verano aquí la misma cantinela llega desde Lloret de Mar: al Ayuntamiento intenta reconducir el posicionamiento de la villa desde el turismo de borrachera al de familias europeas de clase media. No hay manera, y hablamos de un municipio de referencia, en turismo de costa, con décadas de experiencia en su bagaje y con el típico tejido empresarial catalán, asociativo y muy activo en la vida municipal. Si Lloret no lo consigue, ¿qué iba a conseguir el inexperto Conil, que no hacía ni diez años que seguía viviendo de las vacas y el atún? A la vez que se erigían los repugnantes adosados que rodean hoy el pueblo, se pretendía que viniesen familias españolas que los comprasen, que pagasen más caro por estar en el pueblo, que no diesen tanta guerra y algún día se comiesen un filete de atún rojo en algún restaurante. Toda la transición de economía agraria y pesquera a economía especulativa se hizo en negro y sin ninguna profesionalidad, ni asociaciones de "empresarios" turísticos que analizasen el sector para anticiparse a cambios y vigilar por su futuro y su viabilidad. Y llegó la crisis. La dependencia de Conil del turismo nacional era absoluta. Nadie se molestó lo más mínimo de diversificar el origen de los visitantes, cuando en pleno boom el aeropuerto de Jerez tenía vuelos con media Europa En Conil no habla inglés ni el tato y ¿para qué molestarse? Con los españoles ya daba para vivir todo el año del alquiler del verano. Y así fue como un pueblo entero se inmoló en la hoguera del Monopoly Ibérico: jugar a ser ricos alquilando pisos y estafando a Hacienda. Eso sí, la culpa es de la crisis y en Conil se vive de maravilla. Los turistas que aún vienen a Cádiz se fascinan de la calidad de vida. Obvio que ellos no forman parte del 41,6% que no tiene trabajo.

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Javier