"YA PASÓ..." (foto de Samuel Aranda, ganadora World Press Photo)
Foto guanyadora del World Press Photo, de Samuel Aranda |
Ya pasó, tranquilo, ya… Mi amor, no sufras, estoy aquí, ya
pasó. Ha sido horrible lo sé, ha sido de lo peor que nunca pudimos
imaginar amor mío pero ya está. Recojo el sudor de tu frente con este pañuelo y
te acaricio el rostro mi vida. Un beso en tus labios aún temblorosos para
calmarte. Saben a lágrimas, suciedad y a sequedad todo junto. Es normal,
después de todo lo que hemos tenido que soportar.
Tienes miedo, lo comprendo, es lógico, tienes miedo pero
tienes que apoyarte en mí. En el fondo no sé muy bien cómo consolarte, las
palabras no sirven, hay tanta palabrería. Ha habido tanta palabrería que te ha
causado este mal. Hechos, quieres hechos. Quieres ver mejorías, renovación, y
yo lo entiendo pero es que no me veo capaz de caer en frases hechas de ánimos
infundados. Porque no puedo decirte que vaya a mejorar. No puedo ni siquiera
decirte aquello de “lo peor ya ha pasado” porque no lo creo francamente. Y al
menos te debo y me debo a mí mismo esta dignidad de ser auténtico y honesto
contigo y conmigo, es la dignidad que nos queda ante la inmundicia de la
palabrería. Por tanto, vuelvo a pasar el pañuelo por tu frente, vuelvo a
acariciar tu rostro, besos tus labios tembloroso, bebo tus lágrimas y contengo
las mías. Eres tan hermoso. Eres puro, incorruptible, sencillo, comprensivo,
riguroso en tus valores, alegre, transparente y lleno de luz. No has tenido
mucha suerte últimamente pero tienes tu dignidad, tienes tus valores, me tienes
a mí, a todas las personas que amamos a los que son como tú. Eres grande pese a
tenerte ahora aquí débil y recostado en mi regazo como esclavo postrado por los latigazos que le inflingen. No veo tu sangre, no brota. Toda una hemorragia
interna de desesperación y dolor fluye por tus venas y arterias mezclada con el
asco ante la diálisis a la que nos someten día a día.
Mi vida, ¡sonríes! ¿qué pasa? ¡Sonríes! Me hecho a llorar,
de alegría, al ver brotar tu sonrisa un instante. Te abrazo más fuerte. Ahora
que sonríes no me da miedo hacerte daño al abrazarte, te imagino más entero.
Estás recordando tiempos mejores, alegres, cuando tenías ilusión, cuando las
cosas parecían moverse en nuestra misma dirección. Tantos proyectos, sueños por
cumplir y ver cómo se iban cumpliendo, era maravilloso. Poco a poco todo iba
llegando: libertad, democracia, reconocimiento de la diversidad que nos
conforma, apertura, expansión, nuevos aires, nuevas perspectivas, el mundo se
rendía ante nosotros. Ahora soy yo el que se emociona, leo tu mente: recuerdos
de cuando éramos nuevos, frescos, seductores, con chispa, con pasión, con
fuerza y con futuro. Nuestros vecinos nos alimentaban a fondo perdido para que
pudiésemos crecer, educarnos, civilizarnos, salir de nosotros mismos y
retroalimentarnos de la experiencia. Ahora recuerdas esos tiempos y tu sonrisa
rebrota. Por un instante. Nos miramos a los ojos, ahora los tuyos han
recuperado algo de luz y los míos están húmedos de la emoción de verte así.
Reímos los dos, nerviosos, una risa agridulce porque ambos sabemos qué pasó
después.
Dejamos de reír. Nos miramos en silencio. No queremos
pronunciar lo que pensamos, es demasiado duro. Gélido silencio desesperado,
inmóviles. Aterrador y revelador ver lo que hicimos después con todo lo que se
nos ofreció: corrupción, atomización e idiotización de las personas, nacimiento
de un orgullo ridículo basado en un bienestar de nuevos ricos ignorantes y
orgullosos de serlo. Como decía Machado: Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en
sus andrajos desprecia
cuanto ignora. Rompe y rasga. Nunca mirarse adentro con calma y honestidad y
reconocer en qué erramos y cómo mejorar. Nuestras miradas heladas nos confirman
el peor de nuestros temores: que ya tuvimos nuestra oportunidad y que no
volverá. Que esto no tiene arreglo, mi amor, no, ¡calma, por Dios! No rompas a
llorar de nuevo, mi vida, aguanta, ¡te lo ruego! Necesitamos gente como tú,
aunque solo sea por no perder los referentes. Aunque ahora eso cuente tan poco.
Aquel mundo del bienestar de las personas no importa ya un bledo, ¿dónde está?
¿Qué queda de aquellos valores de progreso social, de bienestar, de protección,
de apoyo al necesitado, de solidaridad? Celebro poder abrazarte y besar tus
labios apestosos mi amor porque estos son los pequeños actos de solidaridad que
se nos permiten hoy en día. A escala humana, puerta a puerta, al amigo y al ser
querido. Más allá, los valores del más salvaje post capitalismo a medida de los
cuatro hijos de puta que se reparten la riqueza mundial. Nos hablaron de brotes
verdes y yo sufro por no saber cuándo volveré a ver brotar tu sonrisa una vez
más.
No llegaron nunca esos brotes, más bien al contrario, espasmos
esquizoides de estupidez colectiva, de nerviosismo, de catarsis mercantilista,
cada día nuestros ideales colgados de la Creu Coberta de las
primas de riesgo, expuestos a varapalos y ajusticiados ante un nuevo orden
sediento de sangre de ovejas descarriadas. Y es cierto que aquí descarriamos a conciencia,
descarrilando trenes llenos de jóvenes en la vía muerta de las urbanizaciones abandonadas
y los cerebros también abandonados. Tanto construir sobre este erial abrasado
de campos y cerebros yermos y, al final: “Olvidaron construir un hogar donde no queme el sol y al nacer no haya que morir”(*)
Hacía años ya que los cerebros andaban bastante
devaluados desde que pasaron los tiempos de la Esperanza y la Ilusión. Ahora todo el que
tiene uno, intenta llevárselo lo más lejos posible de aquí.
Comenzaron las sesiones de diálisis en forma de
recortes, nos han vaciado de derechos y nos han vuelto a introducir todo un
sistema social licuado y debilitado. Y nos dicen que será la última sesión, que
el tratamiento llega a su fin. Pero es que yo temo que tú, mi amor, te quedes
en el camino que nos obligan a seguir. Temo que esta sangre recauchutada que
nos van inyectando no sea de suficiente calidad para ti. Tus nobles
sentimientos necesitan sangre fuerte y viva, de la mejor calidad. Me ruegas con
tus ojos rojos de tanto llorar que te diga que va a ir a mejor, que este
tratamiento funcionará, que te hable de brotes verdes, de mejorías, de
ilusiones y esperanza que te den fuerza para continuar. Al verte tan
desesperado las palabras prohibidas vienen a mi boca, suben por mi esófago
desde el retorcimiento de mi intestino grueso. El malestar que me producen es
indescriptible. Las han usado tanto en vano que las han podrido, las han
corrompido hasta que resultan dañinas. No puedo decirte estas palabras que
quieren salir por mi boca porque vienen infectadas por años saliendo de las
bocas corruptas: “confianza”, “mejoría”, “recuperación”. Tengo que hacer un
brusco movimiento de cuello cuando incontroladamente salen al fin en forma de
vómito repugnante por mi boca. Ahora el sudor frío chorrea por mi frente, estoy
pálido. La mirada ida.
Por fin comprendes que no voy a mentirte, que mi dignidad
es no mentirte, cuidarte como pueda y estar a tu lado, que todo lo que puedo
decir sin vomitar es “ya pasó, este año ya pasó”. No me pidas que te diga nada
esperanzador sobre el que empezamos ahora, mi amor, no.
No soy político y tampoco banquero, mi vida.
Aguanta.
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(*) "en algún lugar", Duncan Dhu, "autobiografía", 1990.
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