1989, 41 COMARCAS para un gaditano
Ahora que son 42, me gustaría contarles como un niño gaditano de 14 años, se enfrentaba en 1989 a uno de sus mayores traumas de adolescencia: descubrir, sin preaviso, que había algo que desconocía en la división administrativa de su amada Cataluña... ¡las comarcas!
Digamos que
hasta aquel momento, mi Cataluña la había parido la tele, y todo aquello
que yo iba recibiendo como “catalán” lo recibía de manera inconsciente, sin detectar fehacientemente ningún hecho diferencial. Todo ocurría de manera natural: Cataluña me enviaba una PANICC (partícula no identificada de Cultura Catalana) y yo la interiorizaba sin más, ignorante de su especificidad catalana.
La irrupción de la inquietante división en comarcas iba a hacer que por fin Cataluña
se diferenciase para mí del resto de España, esta vez de manera absolutamente
consciente, detectada por mí mismo y además provocando la voluntad de
investigar en qué consistía exactamente esa diferencia, hasta dónde llegaba y
no parar profundizando en ella hasta mi
más absoluta satisfacción. Era algo que se nos había mantenido oculto en
los libro de Ciencias Sociales de la EGB: S. Las comarcas
fueron, por consiguiente, como
repetía Felipe González en aquella época, mi primer
Estímulo Reconocible
y Consciente de Catalanidad o ERCCat
Desde muy pequeño
estaba obsesionado con los mapas de carreteras, los mapamundis y el juego ese
tan clásico de preguntar por capitales de países (casi tan obsesionado como lo
está la Generalitat por generar juegos de siglas que terminen en CAT). Yo era el típico repelente que las
sabía, todas ¡todas!, Hasta la más difícil, la típica pregunta malintencionada:
- ¿cuál es la
capital de Mongolia?
- Ulam Bator -
¡zasca!
Tenía un puzzle
que conformaba el mapa de Europa y en el que cada pieza tenía la forma de un
país, lo hacía y deshacía constantemente, el placer que me proporcionaba era
infinito, casi tanto como el de memorizar la numeración y recorrido de las
carreteras nacionales y luego tiranizar a mi hermano Alberto, obligándolo a seguirlas sobre el mapa de
carreteras del MOPU como si fuese un juego mínimamente entretenido para él.
Aparte de esta fijación cartográfica, yo quería conocer toda España un día y,
como aún era pronto para conducir y viajar por mi cuenta, me dediqué a
coleccionar folletos turísticos de todo el país que solicitaba por carta
mecanografiada a las oficinas de turismo de las capitales de provincia. Ya he
explicado todo esto con mayor detalle en mi libro anterior, así que vamos a lo
que nos interesa, la parte catalana de toda esta correspondencia. La forma en
la que yo fui enlazándome con Cataluña de manera íntima, personal y
diferenciada del resto de España. En todo caso tengo que decir que yo ya hacía
el amor con Cataluña en la intimidad mucho antes que Aznar.
En julio de 1989 yo recibí una mañana por correo, procedente de
alguna oficina de turismo catalana un folleto sobre una comarca. Apareció así, como uno más, sin más, mezclado de forma
casual entre los otros, no parecía a priori que pudiese desencadenar la
revolución territorial que estaba a punto de provocar en mi idea de España. No
era, además, un folleto estrictamente turístico. Comprenderán que el potencial
turístico del Pla d’Urgell o de la Terra Alta era bastante escaso en aquella
época en la que ni podíamos imaginar lo que era una casa rural o hacer una
escapada de la ciudad para ordeñar cabras y luego hacer nuestro propio queso.
En el verano de 1989 te ibas a la playa o “al pueblo” y en invierno a esquiar,
pero no se estilaba ir a un pueblo que no era el tuyo o el de tus ancestros a
hacerte el rural durante tres días disfrazado de ropa de colores estridentes de
Decathlon ante las miradas escépticas de los oriundos.
No puedo recordar ni de
qué oficina de turismo me llegó ni de qué comarca se trataba aquel primer
ERCCat pero para un aficionado a la geografía y a los mapas que creía conocer a
la perfección la división administrativa de su país, este folleto bendito
supuso una puerta hacia un territorio de incertidumbres y desconocimiento. Y de
curiosidad. Enseguida se convirtió en un hecho diferencial entre los cientos de
folletos que ya tenía acumulados y como lo dejase a la vista siempre reclamaba
incesante el reconocimiento de su identidad. Podría haber intentando
desentenderme de él, guardarlo en un cajón, intentar acallarlo pero yo no soy
así. Me atrae todo lo que es diferente. Y creo ahora que la exposición a las
PANICC me había preparado mentalmente para cuando llegase el primer ERCCat.
No entendía muy
bien qué era eso de la comarca, vamos a poner por ejemplo el Gironès, que tiene
una forma muy graciosa o, no, mejor la de Osona, ahora que está a punto de ser
desmembrada por la parte del rebelde Moianès. ¿Qué significaba ese mapa en el
que Vic aparecía como capital comarcal cuando, por mucho que consultase yo mis
mapas de España, Vic era provincia de Barcelona y cabeza de partido judicial a
lo sumo?
La cosa empezó a
complicarse, precisamente cuando de otra oficina de turismo me llegó algún
folleto más por el estilo, o incluso quizá más de uno. Esto ya fue la
repanocha. De repente Cataluña se convirtió para mí en un incierto y
desconocido baile obsesivo de comarcas enmascaradas bajo, o sobre, o detrás, o por
encima o paralelamente a mi mapa provincial de España. Se hacía evidente que se
trataba de una colección. Los folletos eran todos iguales en tamaño, tipo,
colores y logotipos... Lo que hoy llamamos “imagen corporativa”. De manera
inconsciente, Cataluña me enseñó en lo que consistía la imagen corporativa,
detecté que esos folletos eran piezas que formaban parte de un todo catalán y
que había un folleto para cada parte, manteniendo cada folleto una misma línea
en cuanto al diseño. Y yo tenía que hacerme con todos, con absolutamente todos.
Fue la primera vez que deseé hacer mía Cataluña, poseerla y entender cuál era
SU diferencia.
Tengo
que poseer toda Cataluña, como sea
Me volvía loco, el
goteo de folletos no cesaba y me estresaban cada vez más... ¿cómo podía saber
cuántos me faltaban? ¿Dónde terminaba esta locura catalana? ¿Dónde se situaban
los límites de las comarcas catalanas? ¿En Salses y Guardamar o en Portbou y
Alcanar? Intentaba inútilmente componer un mapa de Cataluña en el suelo de mi
cuarto, situando cada folleto en su lugar geográfico figurado, según veía en
cada mapa comarcal con qué otras comarcas limitaba. Pero era imposible
completarlo, el mapa de Cataluña me quedaba lleno de huecos, me faltaban mucha
información y un inquietante número indefinido de folletos. En algún caso había
suerte y tenía hasta tres o cuatro folletos de comarcas limítrofes y podía
juntarlos entre ellos, podía ir construyendo una Cataluña a trozos, pero los
huecos me producían una horrible frustración: podía saber, con el detallado
mapa de carreteras de España qué ciudades catalanas poblaban esos huecos, pero
no podía saber qué comarcas había en ellos y cuáles de esas poblaciones eran
sus capitales. Tenía un puzzle de Europa en el que podía construir todo el
Continente colocando cada pieza con forma de país en su lugar. Podía dibujar
sobre un folio en blanco y de memoria todo el mapa de España y su división en
Comunidades Autónomas y provincias, pero no podía ni imaginar cómo componer una
Cataluña compuesta por comarcas. Y aunque después de diez años aquí he
comprobado que la mayoría de los catalanes tienen un conocimiento bastante
limitado de sus comarcas y capitales y les da bastante igual este asunto, yo,
con trece años, no podía soportarlo.
Una mañana me fui
a la biblioteca pública de Cádiz decido a falta de Google a investigar por mi
cuenta qué orgía geográfica era esta. Al principio, pensé que las capitales de
comarca se correspondían con las “cabezas de partido judicial” pero no era así,
consultando mi mapa de carreteras oficial de España del MOPU, que señalaba
estas cabezas de partido claramente, había localizado varios casos de
no-coincidencia entre capitales de comarca que no lo eran de partido judicial o
al revés ¿Por qué tenía que someterme Cataluña a esta tortura estival, a mí?
¿Por qué Cataluña no lo pone a veces todo lo fácil que fuera deseable a quien
se quiere acercar a ella...? España se dividía en Comunidades Autónomas y éstas
a su vez en provincias. Luego estaban los partidos judiciales, ¡pero es que a
todo esto en Cataluña había que añadir las dichosas comarcas y sus capitales!
Tenía que llegar al fondo de este asunto para poder dormir tranquilo ese verano
y poder disfrutar como cada año del correspondiente concierto de Mecano.
Y por fin, en la
biblioteca de mi ciudad, pude ver la luz. No sólo la luz maravillosa de Cádiz
entrando por las ventanas, sino la luz que arrojó sobre mi turbada cabecita un
libro sobre la reciente división de Cataluña en comarcas y editado por el mismo organismo que editaba los
folletos. Anoté la dirección y a partir de aquí todo fue mucho más rodado.
Máquina de escribir, carta educada pero inquisitiva: les ruego me envíen todos los folletos de todas las comarcas.
Sólo así podría vivir en paz conmigo mismo y con Cataluña.
Recuerdo la mañana
que los recibí, estaba tan excitado, supe que serían los folletos de las
comarcas porque era un sobre grande y abultado, de gran calidad, de esos que
llevan un entramado de hilos entretejido con el papel para evitar que se rompan.
El sello del Departament de Turisme iba estampado en la parte en la que tenía
que hacerse constar el remitente. Me encerré en mi cuarto y lo abrí a solas con
ellos, a solas con MI Cataluña y consciente, por primera vez, de su presencia
frente a la mía. Física y corpórea, como yo. Quizá por haber convertido aquel
verano a toda España en un puzzle tangible de folletos de papel me viene esta
sensación al conducir: que la tierra, la luz, los paisajes y las ciudades son
seres vivos con los que yo me relaciono de igual a igual. Que los veo igual que
los huelo, los toco, los como o los respiro. Seres con los que hago el amor
mientras conduzco, acariciando a poca velocidad el asfalto de su piel, suave y delicadamente con las
ruedas mi coche, a modo de yema de los dedos que se prolongan desde mis manos a
través del volante.
Por fin tenía a
toda Cataluña a mi disposición, se hizo de rogar, no es un país sencillo así de
entrada, pero yo la hice mía en mi habitación de mi casa de Cádiz aquella
mañana de verano. Y era muy mía, de una forma secretamente mía, ya que en Cádiz
nadie tenía ni la más remota idea de lo que eran las comarcas catalanas,
precisamente esas comarcas que yo iba, por fin, colocando a cada una en su
lugar sobre el suelo hasta formar el definitivo y completo mapa de las
comarcas. Era una forma de poseerla que nadie iba a entender, no merecía la
pena compartirla con nadie porque, en el fondo, ¿a quién le iba a interesar ir
más allá de sus cuatro provincias si era lo único que nos exigían en el cole saber de ella?
Yo fui más
allá, intentando entender. Para amar un lugar hay que entenderlo primero. Yo
empecé a entender Cataluña aquel día.
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Gràcies per llegir-me i passa'l si t'ha agradat. La meva relació amb Catalunya és la meva font d'inspiració.
Javier
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